Sería
un buen año para los caquis. El otoño en las montañas era hermoso.
La
ciudad portuaria estaba en la punta meridional de la península. El chofer del
ómnibus bajó del primer piso de la terminal a la sala de espera, donde se
sucedían humildes puestos de venta de golosinas. Su uniforme amarillo tenía un
cuello púrpura. Ahí adelante estaba estacionado el gran ómnibus rojo con una
bandera púrpura.
La
madre de la niña se puso de pie, apretando el papel de una bolsa con caramelos,
y se dirigió al chofer que se arreglaba los cordones de los zapatos.
—¿Así que hoy es su turno? Si es
usted quien la lleva hasta allá, hay que agradecerlo, seguramente va a tener
suerte. Es una señal de que algo bueno va a suceder.
El chofer miró a la muchacha que estaba al
lado de la mujer y guardó silencio...
(Aquí podéis leer
el relato completo)
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