—Tenía la costumbre de hacerlo en el
cuarto de mis papás. Me gustaba dejar la puerta abierta. Experimentaba tanto
placer que llegaba a sentirme culpable. Mi hermano mayor me sorprendió un día. Me
gritó y me pegó. Había escuchado
desde pequeño que la práctica regular, ininterrumpida, provocaba demencia, imbecilidad,
idiotez, impotencia, disfunciones eréctiles y, por último, homosexualidad. Me
resistía a creer en esas teorías, las encontraba exageradas, demasiado
trágicas. Gozaba el placer de la culpa. No sabía que ese deleite por el peligro
de ser pillado me acompañaría, y en gran medida estimularía mis actos, el resto
de mi vida...
(El resto de este capítulo lo podéis leer
aquí )
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