Julio y Luisa fueron los últimos en llegar. Dejaron las
bicicletas junto a la puerta. Mientras ella advertía a la anfitriona de su
presencia dando golpecitos con los nudillos en la ventana de la cocina, porque
llamar al timbre quedaba para los otros, él contemplaba tristón los coches
aparcados. No le había dejado traer el suyo...
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