¨A dos cuadras de mi casa vivía Rosa. Rosita.
Tenía marido, dos hijos, y las carnes ya un poco descolgadas. Pero todavía
estaba buena. Cada vez que nos cruzábamos por la calle, ella me desvestía con
una mirada y con otra me invitaba a su cama. Yo también tenía ganas de tirarla;
para qué mentir. Sin embargo, nunca nos dijimos nada. Una mañana pasé por su
casa y vi abierta la puerta de la cocina. Por el intersticio la vi también a
ella en cuatro patas tratando de componer algo en la tubería del lavatorio. Le vi el culo, muy buen culo, y seguí de
largo…¨
(Este relato forma parte de la novela LOS QUEHACERES DE UN ZÁNGANO y lo podréis leer completo aquí)
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