En
el año 1946 el invierno fue muy largo. Aunque estábamos en el mes de abril, un
viento helado soplaba por las calles de la ciudad. En el cielo, las nubes
cargadas de nieve se movían amenazadoras.
Un
hombre llamado Drioli se mezclaba entre la gente del paseo de la rué de Rivoli.
Tenía mucho frío, embutido como un erizo en un abrigo negro, saliéndole sólo
los ojos por encima del cuello subido.
Se
abrió la puerta de un restaurante y el característico olor de pollo asado le
produjo una dolorosa punzada en el estómago. Continuó andando, mirando sin
interés las cosas de los escaparates: perfumes, corbatas de seda, camisas,
diamantes, porcelanas, muebles antiguos y libros ricamente encuadernados. Después
vio una galería de pintura. Siempre le gustaron las galerías de pintura. Esta
tenía un solo lienzo en el escaparate. Se detuvo a mirarlo y se volvió para
seguir adelante, pero tornó a pararse y miró de nuevo...
(Aquí podéis leer el relato completo)
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