Cambio de actitud según traspongo los límites de la frontera. Me mantengo silencioso y circunspecto mientras recorro cielo extranjero. Pero cuando siento que estoy en casa se me suelta la lengua, hablo con elocuencia, dialogo espontáneamente y silbo canciones.
Ha pasado mucho tiempo de la primera vez que subí a un avión. Tenía 29 años de edad y desde niño alimenté la idea de que ese día, no bien cerraran la compuerta para iniciar el despegue, me daría un ataque o sufriría un ahogo. Cuando avisté, maletín en mano, el aparato estacionado en la pista de aterrizaje, sin saber el motivo escuché una voz interna:
—Si crees tanto en mí —como dices—, entonces sube al avión y confía en lo que yo puedo hacer por ti...
(Este relato está incluido en BRINDIS, BROMAS y BRAMIDOS y lo podréis leer completo en este enlace)
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