A
pocas horas de amanecer, saliendo bien enfundado del “Juanito”, me encontré
después de mucho tiempo con el poeta Coco López. Marginado por su familia,
rechazado por los vecinos, desahuciado por todo el mundo, estaba igualito que
siempre: flaco, encorvado, anteojudo, tronado y sucio. Pero lúcido. En estado
cuneiforme, además. Apenas me vio, sin saludarme siquiera, me soltó a boca de
jarro una andanada de poemas míos escritos varios años atrás. Luego me dio un
abrazo y declaró que nunca dejó de admirar mi estilo descarnado de escribir. “Despojado
de cojudeces líricas”, remarcó. En un segundo me pareció que estaba enamorado
de mí. O que al menos yo le gustaba, porque el resto de la noche no perdió la
oportunidad de tocarme. Coco López es un poeta con tendencias muy respetables.
Me
invitó a su casa. Una vivienda de 2 pisos, con amplios salones, enormes
ventanales y patio interior. El curioso detalle era que no tenía un solo
mueble. Resultaba obvio que en un tiempo había sido el hogar familiar, pero
ahora tampoco se podía negar que todos habían huido, dejándola abandonada. Y a
mi querido amigo junto con ella...
(Este relato está incluido en BRINDIS, BROMAS y BRAMIDOS y lo podréis leer completo en este enlace)
http://periodicoirreverentes.org/2015/07/02/brindis-bromas-y-bramidos-oniricos-iii/
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