El
sol estaba muy alto, refulgía con una crueldad insospechada para aquella época
del año. Yo tenía que mantener la cabeza baja para evitar quemarme los
párpados. El motel parecía desierto. Paredes muy blancas cuyo brillo me cegaba,
probablemente recién pintadas, con grietas profundas que no respetaban tal
pulcritud hospitalaria. La piscina se había desbordado y las baldosas de
terrazo rojizo, bajo aquel manto de agua clara, le daban aspecto de una plaga
bíblica. Avancé despacio, bordeando la piscina, buscando una puerta abierta. La
de la número 11 sólo estaba entornada...
(Aquí podéis leer
el relato completo)
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