Yo
tenía un amigo con un nombre muy sugestivo para mí: se llamaba Paco.
Paco
era grande, robusto y blanco. Me hacía sentir como nadie; se portaba siempre
muy bien conmigo: era correcto, me acompañaba a todas partes, me escuchaba cada
vez que necesitaba desahogar mis sentimientos, me ayudaba a liberar emociones
contenidas, me relajaba en los momentos tensos, me estimulaba en las
situaciones difíciles (en las fáciles también), y en ocasiones incluso me hacía
sentir eufórico, capaz de todo.
Por
todo ello, adoraba a Paco. Por Paco dejé a mi esposa, a mis hijos, mandé a la
mierda al resto de mi familia, renuncié al trabajo, perdí todos mis bienes, y
golpeé a mucha gente. Pero a veces Paco se iba, se alejaba, se me escapaba de
las manos y me dejaba solo, completamente abandonado. Era entonces cuando yo
salía desesperado a buscarlo donde fuera, sin medir esfuerzo ni gasto algunos,
con tal de recuperarlo. No me importaba dónde ni con quién estuviese...
(Este es uno de los relatos que forman parte de LOS QUEHACERES DE UN ZÁNGANO y lo podéis leer completo aquí)
http://periodicoirreverentes.org/2015/08/27/los-quehaceres-de-un-zangano-paco/
Comentarios
Publicar un comentario