Se
dice que tener una familia es una bendición de Dios. Y en efecto lo es, aun en
mi caso.
Para
comenzar diré que todos los que vivimos en esta casa somos una sarta de
infelices. La convivencia humana no es otra cosa que el acuerdo al que llegan
los hombres para vivir mintiéndose unos a otros. Esto es un hecho comprobado.
Mi
familia más íntima, con la que vivo actualmente, se compone de una madre, una
hermana, dos sobrinos, un cuñado, una abuela, una cocinera, y yo.
Me
ocuparé, en primer lugar, de mi madre. No es porque sea mi madre, pero ella es
una mujer de excepción. Sin las disculpas del caso, debo decir que en casa, a
diferencia de otros hogares, mi madre no es la villana de la película; es la
víctima. Mi madre hace de todo por todos y para todos. Por ejemplo, lo único que no hace mi madre por mi
hermana es acostarse con su marido…
(Este relato forma parte de la
novela LOS QUEHACERES DE UN ZÁNGANO y lo podréis leer completo aquí)
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