El
Nautilus siempre estaba lleno a esas horas. Los camareros iban y venían
trayendo los pedidos y atendiendo a los clientes. Conversaciones
entremezcladas. Gritos. Risas. Sara odiaba ese lugar a las 4 de la tarde. Tenía
que entrar saludando casi mesa por mesa, con un gesto, no más, para acabar
buscando el rincón más discreto. Cristina la haría esperar al menos media hora
y solo quería pasar desapercibida. Un camarero impertinente aparecía cada cinco
minutos para prácticamente exigirle que hiciera su pedido y ella le despachaba
educadamente explicándole que esperaba a alguien. Él volvía, una y otra vez,
haciéndola sentir muy incómoda. No apartaba la vista de la entrada, ignorando a
aquel tipo. Hasta que la puerta batiente del local se abrió por enésima vez y,
ya cansada, apenas se molestó en prestar demasiada atención a quien entraba. Sin
embargo, ahora sí era Cristina. Al ver al camarero girándose bruscamente hacia
la puerta supo que había llegado. Hizo su entrada triunfal. A sus 17 años
producía verdaderos espasmos en el sexo contrario. Exuberante, con porte
de pantera, avanzaba sobre sus tacones de diez centímetros con paso firme,
contoneándose altiva, moviendo suavemente la cabeza de un lado a otro,
dejándose observar. El pelo cortado a navaja, unos ojos verdes grandes y
profundos, pómulos marcados y labios gruesos. Segura y consciente de acaparar miradas lascivas potenciaba sus encantos
con gestos medidos, sutiles y efectivos...
(Este relato es parte de TENGO UN AMANTE. 15 relatos devoradores. Aquí podéis leerlo completo)
http://periodicoirreverentes.org/2014/12/04/tengo-un-amante/
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