Mi
primera pasión me abandonó, después de un mes de caricias furtivas y abrazos de
cuerpo entero, durante aquellas siestas tan largas, antes de ir a clase. Me
dejó para evitar la tentación, porque a ella la había conocido antes que a mí.
Mi
segunda pasión me duró lo mismo y, aunque fue más intensa y confusa, no dio
mucho más de sí. La etapa en minas acabó ese año. En blanco y a la calle. Tocaba
empezar carrera nueva y, esta vez, llegar a alguna parte. Entonces, decidí
dejar las pasiones a un lado. Necesitaba desesperadamente salvar los últimos
muebles. La condición indispensable era llevar una vida normal. Salidas justas,
rodeada siempre de los mismos, mantener la relación con Esther en las partidas
de cartas de los domingos, la relación con María en alguna salida al cine o a
tomar café. Y la cuestión principal: incorporarme al grupo de chicas con novio,
a las que veía formales y ordenadas. En la residencia había pocas pero el sistema
les funcionaba. ¿Por qué no me iba a funcionar a mí?...
(Este relato es parte de TENGO UN AMANTE. 15 relatos devoradores. Aquí podéis leerlo completo)
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