Todos
los veranos el ayuntamiento convertía la plaza mayor en un improvisado cine las
noches de los sábados; sacaban las sillas de madera plegables y las distribuían
en filas; ponían un quiosco de bebidas y aperitivos dulces y salados donde
también se preparaban pinchitos; e instalaban una pantalla gigante con potentes
focos y altavoces a ambos lados. La gente iba llegando poco a poco, se formaban
pequeños grupos en las proximidades del quiosco; la espera se amenizaba con
música, que envolvía el barullo de las voces y los chirridos de las sillas. Aquel
sábado de agosto hacía mucho calor, y las cervezas y la sangría eran lo más
solicitado. La música paró a las 10 y una voz metálica les invitó a sentarse,
anunciando el comienzo de la película. En apenas unos minutos la mayoría de los
asientos estaban ocupados y los focos se apagaron. Era la noche de ¨Tiburón¨, pertenecía a la
colección personal del alcalde...
(Aquí podéis leer
el relato completo)
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