Tadeo llevaba toda la vida detrás del mostrador del bar de la Escuela de Minas, un tugurio pequeño y oscuro en los bajos del edificio viejo. Había visto pasar a hornadas completas de ingenieros. Tan sonrientes y simpáticos los de los primeros cursos, más calmados y subiditos los de los últimos. Algunos ni le saludaban, pero él no dejaba de levantar la mano cordial, sin mariconadas.
Marta y Claudia trabajaban de mujeres de la limpieza en la
calle de al lado, en el portal de la reja dorada. Un edificio con clase.
Entraban a las seis y media y todas las mañanas, en el bar de la Escuela
de Minas, desayunaban su café con leche y sus sobaitos. Ya ni prestaban
atención a los manejos de Tadeo, con su trapo de cocina debajo del brazo y la
bayeta amarilla en la mano. La usaba para limpiar el mostrador de la barra y
para lavar los vasos que pasaba bajo el grifo con apenas espuma. Después de
secarlos, todo hacendoso y con aquel trapo caliente, los colocaba boca abajo
sobre el mostrador, apiñados, aún húmedos y llenos de manchas. Por eso cada
día, al terminar su copioso desayuno, ellas pedían la copita de anís para
entrar en calor y evitar pillar algo.
—Tadeo, dos copitas de anís, por favor.
—Claro, guapas. Enseguida...
(Este relato es parte de TENGO UN AMANTE. 15 relatos devoradores. Aquí podéis leerlo completo)
http://periodicoirreverentes.org/2014/11/20/santa-barbara-bendita/
(Este relato es parte de TENGO UN AMANTE. 15 relatos devoradores. Aquí podéis leerlo completo)
http://periodicoirreverentes.org/2014/11/20/santa-barbara-bendita/
Comentarios
Publicar un comentario