No
volví triunfante ni resuelto, más bien amargo y nublado por las dudas.
—No
hay excusa que valga —dijo mi padre—. Es sólo desidia.
Estaba
en lo correcto. El mío ha sido siempre un patético caso de buscarle la razón a
la sinrazón por la sencilla razón de que he perdido la razón. Pero ¿qué
utilidad práctica podía sacarle a la experiencia? Ignorarla por completo, según
mi punto de vista, sería lo más justo y apropiado. Desde que se inventaron los
títulos profesionales existen más motivos para que los hombres se sientan
frustrados.
—Estoy
harto de que me pongan etiquetas —refuté.
En
verdad lo estaba. Nunca he sabido cómo tratar a las personas que lo hacen. Quizás
la solución sea dispararles un tiro.
—Eres
un tramitador de lujo —insistió mi padre—. Pero tramitador, al fin y al cabo
—aclaró.
Después
de ese comentario, no supe si creerle o aumentar mi desconfianza hacia él. A
fin de vencer el efecto paralizador del miedo –casa matriz de mis defectos más
autodestructivos-, decidí ponerme en acción. Atacado el síntoma, las implacables preguntas cesaron y empezaron a llegar
las respuestas...
(Este relato está incluido en BRINDIS, BROMAS y BRAMIDOS y lo podréis leer completo en este enlace)
http://periodicoirreverentes.org/2015/01/29/brindis-bromas-y-bramidos-cubiculos-final/
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