Hablaba por el teléfono de una tienda con voz bastante alta para hacerse oír a pesar del jaleo de la ruidosa calle de Al-Geis, inclinándose hacia el fondo de la tienda para alejarse lo más posible del bullicio. Acabó con un "espérame, voy en seguida'', colgó, cogió del mostrador una cajetilla de Hollywood y pagó al dependiente los cigarrillos y la llamada. Giró, ya en la acera, para dirigirse a la calzada. Tendría unos sesenta, más o menos. Alto, enjuto. Frente y ojos abombados. Barbilla roma. En la pulimentada superficie de su calva no quedaba más que algunos hilos blancos, iguales a los que le nacían en la barba. Su aspecto evidenciaba despiste, producto quizá de la edad, o de la manera de ser, o ensimismamiento. Aparte de esto gozaba de una vitalidad exuberante: sus ojos brillaban con vivacidad y alegría; encendió un cigarrillo y le dio una profunda chupada, parecía estar más pendiente de lo que iba pensando que de lo que sucedía en la calle. Dio otra media vuelta a la derecha y marchó paralelamente a una fila de camiones aparcados junto a la acera, hasta que encontró un sitio accesible para bajar a la calzada…
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