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Seis
años antes, Jerónimo llegó a la casa que se convertiría en su peor pesadilla. La
gestoría había abierto una sucursal en el pueblo y le trasladaron allí como
brazo derecho del gerente. El primer mes vivió en un hotel. El encargado de la
recepción le habló de la posibilidad de alquilar un apartamento en buen estado
y amueblado. La intención de los dueños era conseguir un inquilino discreto y
él era un candidato perfecto. El precio no era desorbitado, asequible para su
sueldo, y no lo dudó. Se instaló en febrero, lo recordaba muy bien porque hacía
mucho frío. Tenía calefacción central: una caldera gigantesca alimentada con
gasoil. La gasolinera estaba al lado del edificio y conseguir el combustible
era fácil, aunque subir las garrafas de 20 litros, los tres pisos y sin
ascensor, era totalmente imposible para él. Así conoció a Germán, dos metros de
chico del norte, acostumbrado a esas maniobras. Haciendo bailar la garrafa
sobre su hombro derecho, atacaba los escalones como una cabra montesa escalando
un risco, a saltos. No aceptaba
propinas pero agradecía la conversación y fue una fuente de información muy
útil sobre su nueva vivienda...
(Este
relato es parte de TENGO UN AMANTE. 15 relatos devoradores. Aquí podéis leerlo
completo)
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