El
día que Ramón compró la moto, el dueño, un portugués al que le faltaba una
mano, no hacía más que llorar. Repetía una y otra vez: ¨minha garota vermelha,
minha garota vermelha,…¨ La espectacular Kawasaki roja le había costado la
mano, pero era su mujer, su compañera. Años más tarde él hizo la misma escena
al ver como se la llevaban. Aquella preciosa criatura estaba maldita; a él le
costó un pie a la altura del tobillo, pero también fue el amor de su vida. Por
eso llamó al bar ¨Minha garota vermelha¨.
Ese local era lo único que le quedaba. Antes del accidente era una promesa de
la alta competición, dominaba a su chica como nadie. Sus suaves formas le
volvían loco. Cuando corría eran uno solo, un cuerpo amoldándose al otro por
completo. Nunca debió usarla fuera del circuito, pero era un recorrido corto y
seguro. La moto no le falló, él no estaba borracho ni cansado: fue la pura mala
suerte. El del camión llevaba
demasiadas horas conduciendo y se durmió un instante; dio un volantazo, apenas
le rozó, aunque por esquivarle chocó contra el quitamiedos y la sección del
tobillo fue instantánea; la sangre salía a borbotones, escarlata y brillante,
como pintura acrílica...
(Este relato es parte de TENGO
UN AMANTE. 15 relatos devoradores. Aquí podéis leerlo completo)
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