La
naturaleza es sabia
Llevaba callado mucho tiempo, acariciando
mi abdomen con cuidado cuando me preguntó con toda la naturalidad del mundo si
no quería tener un hijo. Yo le miré a los ojos y le dije que no. Otra vez el
silencio pero solo duró un par de minutos. Después la curiosidad. -¿Por qué?-. Me
pensé la respuesta pero no demasiado. Simplemente no podría soportarlo. Tener a
otro ser creciendo en tu interior debe ser aterrador. Todos tus órganos se
mueven cediendo un espacio que reclama. Tu piel se estira hasta límites que
desconocías. La criatura que toma forma en tu útero está viva, se mueve y tiene
un corazón que late más rápido que el tuyo. Me puedo imaginar que le siento
moverse, extender los brazos y las piernas chocando contra las paredes que le
confinan. Unas paredes de carne que ceden a sus intentos por rebasarlas. Un ser
que necesita ser alimentado por tu propia sangre y te consume desde dentro. Una
pesadilla que dura meses y culmina con una agresión brutal a tu cuerpo. Ese ser
tiene que abandonar su confinamiento a como de lugar y avanzará buscando su
camino a la libertad por espacios angostos hasta lograrlo. Obligando a tu
cuerpo a ceder a su ambición, abriéndote en canal si fuera necesario y eso si
todo sigue el curso natural. En caso contrario sobrevendrá el desastre y el
huésped y el anfitrión acabarán sumiéndose en la más profunda oscuridad porque
no podía ser de otra manera. No dijo nada. Esperó unos minutos y como si no me
hubiera oído o no hubiera entendido una palabra me aseguró: -Las mujeres han
nacido para tener hijos. La naturaleza es sabia-. A él le gustaba la idea de
tener uno o más.
Publicado en Los omniscientes no3 (Septiembre, 2014)
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